Nota benévola:

Nota benévola: La información presente en este espacio nace del intento de explicitar percepciones y pensamientos altamente personales y subjetivos derivados de la contemplación y uso de espacios construidos, por lo cual, dichas informaciones no deben ser tomadas como intentos de establecer normas, cánones, manifiestos u otra forma de cristalización colectivamente aceptada de conocimiento acabado, o que busque serlo. Invitamos al lector interesado en el estudio serio de cualquier temática aquí expuesta a documentarse utilizando los medios informativos comúnmente aceptados por el establishment arquitectónico.

10.02.2011

Falta una carta

Todo había cambiado, tanto. Era como el decorado de un crucero, doradura práctica, televisiva; agradable para el hacedor de pasatiempos que pagó con sus días para sentirse agasajado y exigir justificaciones a desconocidos. Derroche controlado de creencias auxiliares. Música esperanzadora y una vida que pasa vertiginosamente ante la nueva ineptitud promiscua, colectiva y justificada por el saludo manipulador que dicta pautas de nada y nos hace repetir, ajenos, “…al final, todos lo hacemos”.

Los buscó y los encontró. Llamó a la puerta. Difusos se presentaron en forma de otros y las deudas del comportamiento se acumularon, pesadas para su corazón reblandecido. No lo dejaron entrar en el símbolo. Lo apartaron los nuevos, sus substitutos. Arriba, como petrificados y dispuestos en un polígono ceremonial de pésima construcción barata estaban los viejos puestos de trabajo, dos bancos curvos de piedra lisa, inútilmente ennoblecidos. Aún más alto, lo nuevo: el centro comercial. “Sigue mis pasos, amable y gentil pupilo…construye, no catedrales incorruptibles, ni barracas de tierra; edifica centros comerciales”.

Guiándolo por el establecimiento, ella lo precedía y lo arrastraba con su ausencia locuaz. “Cuéntame tu historia”. En el estacionamiento, descubierto, un perro de pelo corto vomitó presa de su cadena. Alguien lo quería patear. Risa macabra la del vigilante que desencadenaba una escalera plegable para luego colocarla al lado del basurero. Entonces solo se podría bajar y gritar mentalmente: “¡Vine aquí, al mercado, a regatear un poco de navidad!” Por el resto de nuestras vidas, restar adiciones, rescatar perdones no natos. Pero no, el vendedor de lotería sabía que no. Lo había visto tomando fotos a esa pareja de mochileros perdidos leyendo sus mapas a la luz de la oficina de cambio cerca de la catedral del cero por ciento de interés (bancario).

Entonces vio a las criaturas deslizarse graciosas y nerviosas sobre las vitrinas como babosas poseídas. Colores, formas, vapor de gente. Polillas girando perdidas alrededor de las luces de los semáforos, extasiadas al creer encontrar las medidas de la tapa del retrete y el ínter-eje comunal. Alguien pareció existir por un dudoso instante. La lava, el vacío. Huesos y dulces, merengue lleno de espinas fotografiaron los ausentes. Frutas confitadas, porcelana, escamas, perversiones geométricas. Una hoguera animal calcinaba anuncios publicitarios; un pedestal, un altar presente en distintas ciudades. Recordó el mini-meeting, el ser de los objetos, su sombra...le gustaba saludar a su sombra y ella le respondía, diligente. Acaecía frecuentemente, aquella silla reflejaba la luz y de ella se proyectaba una sombra humana, ligada en sus pies y en sus manos a las cuatro patas.

Protocolo, un viajero discutiendo contra un gracioso corazón de goma que lo miraba inocente, secular y pacifico; sin pestañear, sin darse cuenta del fuego purificador que surgía de sus ventrículos abiertos hacia arriba. Fabulosamente apaciguados por la interacción con el ambiente del terminal y los gases de los jefes, los andantes esperaron su sofocada impaciencia lejos de la normativa de las rutinas. La estructura que sostenía la cubierta reclamó su atención. En medio a ellos, parpadeando, entendió que toma cuarenta días des-cristalizar una rutina hasta su esencia y, de repente, comenzó a dar desesperadas brazadas en el aire como tratando de romper gigantescas telarañas o dispersar medusas opacas besándose ante sus ojos. Era como caminar en las profundidades del mar, como estar desplazado del ser. El aire no hacia efecto. Charlas, charlas; hablar de precios, indignados: “¿Hemos comido?” y “¿Hemos cagado?”

Seguían todos esperando y, deslizando su cuerpo por la silla, recordó, mientras nadaba en un sucedáneo de vida rentada y lograba recuperar el aliento, el amable eco, la imagen fantasma que en sus ojos de sostén asimétrico marcaron los sellos calientes de los anuncios mediáticos en medio del huracán feliz de anuncios y bocinas, de novedades conocidas y apariencias familiares. Testigo de la actuación secreta de Marvin y del saludo romano expresado instintivamente por traviesos niños de goma perdidos, recordó dónde yacía el curiosamente nada iluminado, monumento olvidado, del sacerdote y capellán militar Francis P. Duffy. “You see something, you say something”. ¡Aleluya!, ¿Perdón?

5.03.2011

Lisboa y la memoria


Los edificios en Lisboa tienen una particular forma de envejecer y de mostrar las señales de tal proceso físico-temporal.  Entre las tantas capas de materiales vibra la intensión de cambio contra la nostalgia del seguir estando.  El resplandor y el viento, provenientes del Atlántico, agravan, animan y acentúan estos procesos.